Las palabras de Mailer resuenan hoy en mi cabeza como una especie de profecía funesta. Tan solo unas semanas después (10 de noviembre de 2007), Norman Mailer fallecía aquejado de una enfermedad cardiovascular. La editorial Anagrama tenía casi lista la primera edición en castellano de «El Castillo en el bosque», que salió a la venta dos semanas después del fallecimiento del autor, y se da la paradoja de que no hubo tiempo para actualizar su biografía que aparece siempre en la solapa de cada novela. Esto me hizo pensar que, puesto que llega un momento en el que los grandes artistas alcanzan el don de la inmortalidad, ya que sus obras perdurarán hasta más allá de la eternidad, verdaderamente no importa tanto saber cuándo murió el artista sino cuándo vivió, cómo vivió y qué es lo que hizo en vida. En lo que a mí respecta W. Amadeus Mozart, Luis Buñuel, Freddie Mercury o Franz Kafka están tan vivos como cualquiera de nosotros.

Una vez más, el contenido de la novela tiene poco o nada que ver con lo que nos vende la contraportada. Pero todo buen lector debe sobreponerse ante semejante contrariedad y superar los prejuicios y expectativas que puedan provocar las patéticas reseñas editoriales.
MANUAL DE INCESTO Y APICULTURA
Algo verdaderamente destacable de «El Castillo en el bosque» es la identidad y condición de su narrador, Dieter, algo que no se revela hasta casi la pág.100, pero como el listo que hizo la reseña de la edición española lo suelta sin tapujos en la contraportada del libro, yo no me voy a quedar atrás: el narrador es nada más y nada menos que un emisario de Satanás, quien sigue la trayectoria de Adolf Hitler desde el mismísimo día de su nacimiento. Un narrador de lujo, vaya. Y es precisamente cuando se nos descubre su verdadera identidad el momento en el que la novela empieza a cobrar mayor interés.
Si a esto le añadimos lo que a priori parece ser el pretexto de la obra (establecer una especie de conexión entre Hitler y el Maligno, del mismo modo en que Jesús Hombre llevó la palabra del Señor a la tierra) tenemos una novela prometedora. Pero quizá Norman Mailer era más consciente que nosotros de la verdad que contenían las palabras de su última entrevista. Aunque «El Castillo en el bosque» contiene pasajes memorables y es en definitiva una obra notable y de gran factura, no es menos cierto que uno tiene la sensación de que algo que prometía ser grandioso se queda en agua de borrajas. El autor, a pesar de su dilatada experiencia, no sabe aprovechar el tirón del argumento ni el enorme potencial de su narrador. Bueno, a ratos sí y a ratos no.
Una vez agotado el filón del árbol genealógico de la familia Hitler, la novela va perdiendo parte de su interés. La obsesión de Alois (papá Hitler) por la apicultura puede resultar tan curiosa como tediosa. De hecho, a ratos se me hizo incomprensible el afán de Mailer en describir tan minuciosamente el arte de la apicultura. Si trataba de establecer alguna suerte de paradoja metafórica o de metáfora paradójica... yo diría que para ese viaje no eran necesarias semejantes alforjas. Pero en fin, en esto, como en todo, también dependerá mucho del lector.
No obstante, merece la pena superar el bache que suponen los prejuicios y la apicultura. En realidad esta novela es un retrato de época de una humilde familia austriaca cualquiera. Cualquiera, sí. Normal o común, en absoluto. El jóven Adolf es dibujado como un pequeño demonio, pero como un demonio humano, como un demonio absolutamente creíble. Y esto es así gracias a la tarea de Mailer de relatarnos a lo largo de casi dos terceras partes del libro el entorno de Hitler, su familia, los oficios de su padre, la psicología de los miembros de la familia Hitler, las fechorías de su hermano mayor... y de alguna manera todo esto sirve para situar al lector en una perspectiva en la que le resulte más verosímil la figura histórica de Hitler.

Y a pesar de su último y breve capítulo (el más flojo de todos) algo me dice que el autor tenía pensado continuar escribiendo las memorias de este enviado del Maligno. De hecho, la novela queda un poco coja cuando uno piensa que no hay nada más después de sus 500 págs. Bueno, por desgracia sí que lo hubo... todos sabemos muy bien lo que hubo después.