Hasta ahora sólo he leído dos novelas de Haruki Murakami (“Al sur de la frontera, al oeste del sol –Tusquets, 2003. 268 págs.- y “Tokio Blues” –Tusquets, 2005. 383 págs.-), pero ya puedo adelantar que se encuentra entre mis escritores favoritos. Como esos libros los leí hace ya un tiempo y las críticas (tanto literarias como de cine) es mejor hacerlas con “el producto” reciente en tu cabeza, no os voy a aburrir con una de mis pajas mentales. Sólo recomendaros a este autor y deciros que hace unas semanas salió a la venta su último libro “Kafka en la orilla”, que aun no he leído pero con el permiso de Julio José Ordovás (no es que le haya pedido permiso, pero supongo que simplemente con citar su autoría ya valdrá) voy a colgar la reseña que recientemente (hoy, sin ir más lejos) ha publicado en Heraldo de Aragón. Abstenerse quienes aprendieron a leer con "El Código Da Vinci".
Signos de amor y tiempo.
Sí, el laberinto del tiempo. Pero también el laberinto de la realidad. Y el laberinto de los sueños. Y el laberinto de la muerte. Y el laberinto del amor. O sea: las entrañas de la vida. De una vida más allá de la vida y de la muerte que escapa a nuestra demasiado humana y demasiado racionalista comprensión.
Kafka Tamura es un adolescente de esos a los que llaman problemáticos. Se parece mucho a Holden Caulfield (el personaje de “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger), y a Antonie Doniel, la creación de Francois Truffaut, y como ellos un buen día decide escaparse, prepara la huida y se larga lejos cargando a la espalda con el peso de su mochila (cuyo contenido no nos será desvelado: Murakami le hace un formidable corte de mangas a Chejov) y con el lastre pavoroso de una profecía que más bien parece una maldición, la maldición de Edipo: “Matarás a tu padre, te acostarás con tu madre y violarás a tu hermana”.
Kafka Tamura se va solo pero en realidad no va solo: le acompaña el joven llamado Cuervo, que, para entendernos, es algo así como la voz de su conciencia. Y dejándose llevar por su intuición y por el azar (es decir, siguiendo el recorrido que le va trazando el destino), llegará hasta el corazón del bosque, de un bosque que se encuentra en un espacio fuera del tiempo, en otra realidad.
Haruki Murakami, el más occidental de los escritores orientales o quizá el más oriental de los escritores occidentales (la patria de un escritor es su biblioteca, como bien dice Rodrigo Fresán, y lo demás es pamplineo administrativo), es heredero del mundo alucinado y alucinante de la literatura japonesa y además posee la misma potencia narrativa que cualquier gran escritor norteamericano.
Por eso “Kafka en la orilla” (Tusquets, 2006. 584 páginas), al igual que “Al sur de la fronter, al oeste del sol” o “La caza del carnero salvaje”o “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, es una novela tremendamente hipnótica a la vez que extremadamente fluida, una novela que no deja de sorprender y de maravillar a cada página, con esa mezcla –marca de la casa- de juego de cajas chinas onírico y de “novel movie” que atrapa al lector desde el primer párrafo en una espiral vertiginosa y no lo suelta hasta el final.
No sé si hay muchos escritores actuales capaces de llevar una historia tan lejos como Murakami, y de dar vida a unos personajes tan inasibles y complejos como los de Murakami (cómo olvidar esa pareja estrambótica, divertidísima y conmovedora, que forman Hoshimo y el viejo Nakata), y de sacudir con tal fuerza al lector como Murakami. Puede que haya alguno, pero yo no lo conozco.
Aunque si usted es alérgico a la fantasía o le produce migraña todo lo que tenga que ver con los sueños (y con la vide dentro de los sueños), y no soporta que los personajes de una novela coman (“fast food” japonesa) y caguen y lleven zapatillas Converse y relojes Casio y escuchen a Prince en el discman y vayan al gimnasio y para mayor INRI hablen con los gatos, hará bien no abriendo las páginas de esta novela que parece un cuento de hadas pero no sólo es un cuento de hadas. Es un laberinto que conduce a un mundo paralelo al que habitamos, del que no siempre es posible regresar sano y salvo.
Julio José Ordovás (Artes & Letras, Heraldo de Aragón 14-12-2006).
Signos de amor y tiempo.
Sí, el laberinto del tiempo. Pero también el laberinto de la realidad. Y el laberinto de los sueños. Y el laberinto de la muerte. Y el laberinto del amor. O sea: las entrañas de la vida. De una vida más allá de la vida y de la muerte que escapa a nuestra demasiado humana y demasiado racionalista comprensión.
Kafka Tamura es un adolescente de esos a los que llaman problemáticos. Se parece mucho a Holden Caulfield (el personaje de “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger), y a Antonie Doniel, la creación de Francois Truffaut, y como ellos un buen día decide escaparse, prepara la huida y se larga lejos cargando a la espalda con el peso de su mochila (cuyo contenido no nos será desvelado: Murakami le hace un formidable corte de mangas a Chejov) y con el lastre pavoroso de una profecía que más bien parece una maldición, la maldición de Edipo: “Matarás a tu padre, te acostarás con tu madre y violarás a tu hermana”.
Kafka Tamura se va solo pero en realidad no va solo: le acompaña el joven llamado Cuervo, que, para entendernos, es algo así como la voz de su conciencia. Y dejándose llevar por su intuición y por el azar (es decir, siguiendo el recorrido que le va trazando el destino), llegará hasta el corazón del bosque, de un bosque que se encuentra en un espacio fuera del tiempo, en otra realidad.
Haruki Murakami, el más occidental de los escritores orientales o quizá el más oriental de los escritores occidentales (la patria de un escritor es su biblioteca, como bien dice Rodrigo Fresán, y lo demás es pamplineo administrativo), es heredero del mundo alucinado y alucinante de la literatura japonesa y además posee la misma potencia narrativa que cualquier gran escritor norteamericano.
Por eso “Kafka en la orilla” (Tusquets, 2006. 584 páginas), al igual que “Al sur de la fronter, al oeste del sol” o “La caza del carnero salvaje”o “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, es una novela tremendamente hipnótica a la vez que extremadamente fluida, una novela que no deja de sorprender y de maravillar a cada página, con esa mezcla –marca de la casa- de juego de cajas chinas onírico y de “novel movie” que atrapa al lector desde el primer párrafo en una espiral vertiginosa y no lo suelta hasta el final.
No sé si hay muchos escritores actuales capaces de llevar una historia tan lejos como Murakami, y de dar vida a unos personajes tan inasibles y complejos como los de Murakami (cómo olvidar esa pareja estrambótica, divertidísima y conmovedora, que forman Hoshimo y el viejo Nakata), y de sacudir con tal fuerza al lector como Murakami. Puede que haya alguno, pero yo no lo conozco.
Aunque si usted es alérgico a la fantasía o le produce migraña todo lo que tenga que ver con los sueños (y con la vide dentro de los sueños), y no soporta que los personajes de una novela coman (“fast food” japonesa) y caguen y lleven zapatillas Converse y relojes Casio y escuchen a Prince en el discman y vayan al gimnasio y para mayor INRI hablen con los gatos, hará bien no abriendo las páginas de esta novela que parece un cuento de hadas pero no sólo es un cuento de hadas. Es un laberinto que conduce a un mundo paralelo al que habitamos, del que no siempre es posible regresar sano y salvo.
Julio José Ordovás (Artes & Letras, Heraldo de Aragón 14-12-2006).
Estas navidades cae seguro.
1 comentario:
Pues me ha picado la curiosidad (y de paso se lo recomendaré a TORA, que ya que es un autor japonés...)
Me pregunto si el cuento de hadas o fantasía que dices que narra se lo imaginará mientras lo vive o solo al final.... o será real aunque solo lo vea el...
bwahahaha que mala soy :D
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